RIO GRANDE.- Ramón Barrionuevo, Suboficial Principal retirado de la Armada Argentina y uno de los últimos en abandonar el ARA Gral. Belgrano luego del ataque en 1982, llegó a Río Grande, ciudad que lo honra a través de maquetas y relatos históricos. Con una voz cargada de emoción, Barrionuevo expresó su gratitud por la oportunidad de dialogar y compartir sus vivencias sobre la gesta de Malvinas. "Hubiese querido que no hubiera sucedido eso, que se haya solucionado el problema por otros medios, para evitar tanto derrame de sangre y gente linda que tuvo la mala suerte de quedar allá", lamentó. Sin embargo, enfatizó que el sacrificio de aquellos que "quedaron en el fondo del mar" es un testimonio inquebrantable de la soberanía argentina sobre las islas: "Es nuestro y va a seguir siendo nuestro de por vida".
En el Museo Virginia Choquintel, junto a la maqueta principal del Crucero, el Suboficial Barrionuevo revivió el momento exacto en que la tragedia golpeó. "Cubrí una guardia en la tercera cubierta, que era de control de artillería, junto a un oficial y 13 suboficiales subalternos. Nuestra función era la resolución del tiro de la artillería en general del barco", explicó. "En el momento que yo voy a tomar la guardia, que era 15 minutos antes de las 16 horas, me encuentro con el suboficial que estaba ahí, que era un compañero mío, Córdoba Juan... Me dice que no había novedad, pero atrás de esa información que él me da, escucho los impactos del torpedo".
El Impacto, la orden de abandono y un acto heroico
Con el primer impacto, la energía eléctrica del barco se cortó abruptamente, sumiendo la nave en la oscuridad y el caos. "Quedamos sin luz, sin energía... Dos impactos. Pero con el primero ya sucede eso. Y después el de prueba que corta literalmente la proa del barco", detalló Barrionuevo. Inconsciente de la magnitud del daño por su ubicación, el suboficial se movilizó al escuchar la orden de abandono. "Para un comandante, el dueño de una unidad con 1.093 tripulantes en su poder, dar la orden de abandonar el barco debe ser lo más triste que puede ocurrirle a un marino", reflexionó.
Cumpliendo con la directiva de destruir elementos vitales para el enemigo, Barrionuevo se dirigió a cubierta principal, donde encontró al Comandante Héctor Bonzo intentando infructuosamente arrojar una balsa al agua. La imagen lo marcó: "Luego avanza hacia la cubierta baja donde está el cuarto de bandera, donde está el pabellón de guerra del crucero General Belgrano. Pensé inmediatamente que él quería irse a pique con el barco". Con el lema del almirante Brown resonando ("irse a pique antes que rendir el pabellón"), Barrionuevo gritó a su comandante. "No creo que haya sido una voz suave, debe haber sido una voz rápida, violenta para que el hombre reaccione", recordó.
Bonzo, sorprendido de encontrarlo a bordo, le preguntó por qué no había abandonado la nave. Tras la explicación, el Comandante invitó a Barrionuevo a recorrer la cubierta para evacuar a los heridos que no podían hacerlo por sus propios medios. "Entre cinco a diez hombres hicimos una soga de la sábana y cubre cama que quedaron en cubierta y hemos llevado al agua a cinco a diez hombres, no recuerdo bien. Y tal es así que hubo unos que se salvaron y ellos dan testimonio de esta maniobra", relató emocionado.
El rescate final de Barrionuevo y Bonzo, inmortalizado en una fotografía tomada sin que ellos lo supieran, es hoy un símbolo en Río Grande. El suboficial regresó a la ciudad años después, esta vez junto a su familia. "Me siento muy feliz. Acá, en este momento, nunca había tenido una nota como la que hoy tengo con ustedes", concluyó, visiblemente conmovido por el reconocimiento a su historia.