En un informe demoledor, el ciclo nacional mostró cómo Hugo Pani y Miguel Longhitano —los mismos que deberían auditar al resto del Estado— se asignaron sueldos de más de 11 millones y medio de pesos por mes, cifra que supera largamente lo que cobran el presidente de la Nación, el gobernador Melella y hasta varios jueces de la Corte Suprema. Todo, con la excusa de "proteger el poder adquisitivo del personal" ante la inflación.
Pero el saqueo institucional no se detiene en los salarios. El informe reveló consumos obscenos en almuerzos y meriendas a costa del erario público. En el restaurante La Estancia SRL, una comida para tres funcionarios costó 415 mil pesos. El menú incluía centolla a $30 mil el plato, mollejas a $25 mil, bife de chorizo y lomo al champiñón por $46 mil. No fue una excepción: ese mismo día fueron al Hotel Albatros, donde pagaron más de $40 mil en cafés, y luego compraron tortas y cervezas temáticas en locales como Alma S.A. y La Esquina Fueguina, sumando otros $100 mil en chucherías de lujo.
Mientras miles de fueguinos cobran salarios de miseria, mientras se caen techos en las escuelas y hay familias que no tienen gas para cocinar, los vocales del Tribunal de Cuentas festejan con delicias gourmet y refrigerios de primer nivel. Esos mismos vocales que no dicen una palabra sobre el descontrolado gasto en fiestas como la del Cerro Castor (más de $100 millones por contratación directa) y que no auditan ni el funcionamiento básico del Estado, porque "no es su competencia".
Pero eso sí: cuando se discute cómo salvar la obra social OSEF, estos personajes proponen que sean los afiliados —los trabajadores y jubilados— los que pongan la plata.
El periodista Tomás Méndez no se guardó nada. “Esto no puede pasar en la Argentina. Cobran 11 millones y medio y comen con tu plata. Se sirven centolla mientras la gente cartonea por $200.000 al mes. Por esto la gente votó con bronca. Por esto estamos como estamos”, sentenció.
La Argentina Real, como bien mostró el programa, no está en los hoteles cinco estrellas ni en los platos de centolla. Está en los barrios abandonados, en los jubilados con la heladera vacía, en los chicos sin calefacción en la escuela. Y si el enojo de esa Argentina despierta, no habrá mollejas ni lomo al champiñón que los salve.