¿Quién fue San Cayetano y por qué se convirtió en patrono del trabajo y del pan?
Cayetano de Thiene nació en Vicenza, Italia, en 1480. Brillante académico, se doctoró en Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Padua, y se convirtió en un destacado miembro de la corte papal. Pero su vida dio un giro cuando, tras la muerte del Papa Julio II, renunció a los privilegios para abrazar la pobreza y el servicio a los más necesitados.
Su vida se transformó en un ejemplo de compromiso cristiano: ayudaba a enfermos abandonados, creó instituciones que prestaban dinero a los pobres sin usura (los llamados Montes de Piedad), y fundó la Orden de los Teatinos, enfocada en una vida sacerdotal austera, espiritual y solidaria.
En Argentina, su figura se volvió emblema en contextos de crisis.
Con su canonización en 1671, la devoción a San Cayetano se expandió por todo el mundo, pero fue en Argentina donde su figura cobró un lugar especial en el corazón popular, especialmente a partir del siglo XX. La construcción del santuario en 1900 y su consagración como parroquia en 1913 marcaron el inicio de una tradición que se afianzó con el paso de los años.
En tiempos de crisis económica, desempleo y pobreza, la figura de este santo que representa la dignidad del trabajo y el derecho a un plato en la mesa se volvió profundamente significativa para miles de familias. Por eso, no sorprende que año tras año, cada 7 de agosto, se repita la postal de miles de personas caminando con una estampa, una vela o una oración apretada en las manos.
La fe como refugio, el trabajo como dignidad
La frase “San Cayetano, danos trabajo” se convirtió en un clamor colectivo que trasciende lo religioso. Es una súplica que reúne a creyentes, personas sin afiliación religiosa clara, y hasta a quienes no van a misa pero encuentran en él un canal de expresión de su necesidad y su fe. La fila para entrar al santuario se vuelve entonces un acto de comunidad, de esperanza compartida, y de reclamo silencioso al Estado y a la sociedad.
No es casual que, en los últimos años, movimientos sociales y organizaciones populares hayan marchado en esta fecha no solo por devoción, sino también para visibilizar el desempleo, la pobreza y la informalidad laboral. San Cayetano es, en definitiva, el santo de los que no bajan los brazos.
Un legado que sigue vivo
A más de 470 años de su muerte, Cayetano de Thiene sigue siendo símbolo de una fe activa, de un cristianismo que no se contenta con rezar, sino que también se compromete. Su legado sigue encendiendo velas en cada hogar donde falta el trabajo, donde el pan escasea, pero la esperanza se mantiene firme.
Hoy, en cada rincón del país, habrá una oración, una lágrima o un gesto silencioso dirigido a San Cayetano. Porque cuando el trabajo escasea y la angustia aprieta, la fe en este santo obrero se vuelve compañía y consuelo. Y en un país atravesado por la desigualdad, ese gesto humilde y poderoso de fe es, quizás, la expresión más profunda de un pueblo que sigue soñando con un futuro más justo.