Según los últimos datos del mercado automotor y del Ministerio de Capital Humano, un argentino que cobra el salario mínimo ($322.000) necesitaría 74 sueldos completos para acceder al Renault Kwid, el vehículo más económico disponible, cuyo precio trepó en septiembre a $23.830.000.
El número habla por sí solo: aun destinando cada peso del ingreso durante más de seis años de trabajo ininterrumpido, sin gastos en alimentos, alquiler o servicios, el sueño del 0 km sería inalcanzable.
El contraste entre ingresos y precios es brutal. A pesar de que los sueldos formales —medidos por el RIPTE— promedian $1.510.680, incluso quienes tienen empleos estables necesitan más de 15 sueldos para comprar el auto más barato del mercado.
El dato surge de un estudio de la consultora Econométrica, que analiza la evolución del poder adquisitivo del salario frente al Índice de Precios del Sector Automotor (IPSA). El informe confirma que el auto promedio de entrada de gama ya cuesta cerca de $28 millones, y aunque el sector sostiene que “mejoró la relación” respecto de años anteriores, para la clase media el acceso sigue siendo una quimera.
En números concretos:
En 2023, el mismo vehículo requería unos 20 sueldos promedio.
En 2024, la relación bajó a 13 sueldos, pero volvió a subir en 2025.
Hoy, el cálculo se ubica nuevamente por encima de 15 salarios.
El problema no pasa solo por el aumento del valor de los autos, sino por el deterioro constante del ingreso real. La pérdida de poder adquisitivo, el encarecimiento de los créditos y los ajustes en los servicios básicos dejaron fuera del radar el consumo durable.
“Difícilmente un asalariado con el sueldo mínimo tenga como meta comprar un auto nuevo. Su prioridad es otra: llegar a fin de mes”, sintetiza el informe.
Aun entre los trabajadores formales, la posibilidad de financiar un vehículo se diluye frente a tasas de interés altas, inflación persistente y precios en dólares que no ceden.
Hasta hace pocos años, comprar un auto representaba un símbolo de progreso y estabilidad. Hoy, en cambio, se transformó en una postal de la desigualdad argentina: un bien que se aleja incluso del alcance de la clase media.
Mientras el mercado celebra la “recuperación” de ventas gracias al crédito prendario y a salarios dolarizados en algunos sectores, la mayoría de los trabajadores solo puede mirar desde lejos.
El sueño del 0 km, que alguna vez fue sinónimo de esfuerzo, hoy se parece más a un lujo reservado para unos pocos privilegiados.