El documento -que se enmarca en el programa de reformas estructurales del actual gobierno argentino- marca un salto cualitativo: establece un sendero de baja de aranceles, modernización regulatoria, más acceso a los mercados estadounidenses, y una agenda compartida para temas de seguridad económica, comercio digital, propiedad intelectual y estándares internacionales.
Uno de los puntos más relevantes del acuerdo es la eliminación y reducción de aranceles en productos clave.
Argentina abrirá el acceso a bienes estadounidenses como:
medicamentos y tecnologías médicas,
maquinaria e insumos industriales,
tecnologías de la información,
productos agrícolas seleccionados.
A cambio, Estados Unidos quitará aranceles a ciertos recursos naturales argentinos, bienes farmacéuticos no patentados y productos con alto potencial exportador. Además, evaluará el impacto del acuerdo antes de aplicar cualquier medida comercial vinculada a la seguridad nacional.
Pero el giro más profundo está en la eliminación de trabas internas:
Argentina desmantelará barreras no arancelarias, como licencias de importación innecesarias, certificaciones consulares y el polémico impuesto estadístico, una medida que el sector privado reclamaba desde hace años.
El acuerdo incluye compromisos fuertes en el comercio agrícola:
mejorará el acceso de carne vacuna y aviar al mercado norteamericano,
facilitará exportaciones de menudencias, cerdo y lácteos,
y garantiza que no habrá restricciones al uso de términos cárnicos y lácteos que habían generado disputas comerciales.
Para regiones como la Patagonia —y en particular Tierra del Fuego, donde la estacionalidad productiva marca ritmos económicos— el impacto podría sentirse en nuevos nichos de exportación y en el ingreso a un mercado altamente competitivo pero de gran volumen.
El capítulo de propiedad intelectual también es central. Argentina se compromete a avanzar hacia estándares internacionales y a combatir la falsificación y la piratería, respondiendo a observaciones del tradicional Informe 301 de Estados Unidos.
En paralelo, ambos países profundizarán la cooperación para enfrentar prácticas comerciales distorsivas de terceros países y alinear políticas en controles de exportación, inversiones sensibles y comercio de minerales críticos, un sector clave para la transición energética global.
Uno de los aspectos más innovadores del acuerdo es el capítulo digital.
Argentina establecerá un marco que permita la transferencia de datos personales hacia Estados Unidos sin barreras injustificadas, reconocerá firmas electrónicas emitidas bajo legislación estadounidense y evitará cualquier discriminación hacia servicios digitales norteamericanos.
Es un paso que alinea al país con estándares globales y que podría atraer inversiones en tecnología, plataformas digitales y servicios basados en datos.
Ambos gobiernos trabajarán ahora en concluir el texto definitivo del acuerdo. Luego cada país deberá activar sus procedimientos internos para ponerlo en marcha. La supervisión estará a cargo del marco TIFA y del Foro de Innovación y Creatividad para el Desarrollo Económico.
Lo que se firmó hoy no es un tratado cerrado, sino la hoja de ruta de un nuevo vínculo estratégico, uno que puede redefinir sectores enteros de la economía argentina, desde su estructura industrial hasta la política digital, pasando por el comercio agrícola y la apertura de mercados.
Queda por ver cómo se implementarán los compromisos y qué impacto real tendrá en el empleo, la industria y el bolsillo de los argentinos. Pero lo cierto es que el tablero geopolítico y comercial de la Argentina acaba de cambiar. Y lo hizo al más alto nivel.