

Por: Ramón Taborda Strusiat
Ushuaia.- Ernesto Semán, historiador y ensayista, participó de un encuentro convocado para debatir el futuro de Tierra del Fuego ante la creciente presión de la industria salmonera.
Semán comenzó señalando que la expectativa de creación masiva de trabajo suele citarse como principal argumento para instalar la salmonicultura. Sin embargo, al analizar cómo se desarrolló este sector en Chile se observa que hoy absorbe unos 50 mil puestos de trabajo, distribuidos entre granjas, plantas procesadoras y una extensa red de servicios complementarios. Lo que podría parecer alentador se relativiza al revisar la calidad de esos empleos: “En Chiloé, corazón de la salmonicultura chilena, la mayoría de los contratos son trimestrales o semestrales, con turnos rotativos y jornadas de hasta 12 horas diarias”, advirtió Semán. A esto se suman cifras alarmantes: según la organización Ecoceanos, la industria salmonera chilena tiene uno de los índices más altos de mortalidad por accidentes laborales del país y de la industria a nivel mundial, especialmente por la explotación intensiva de buzos y los problemas físicos que sufren los operarios en condiciones extremas de frío.
Noruega, considerada la cuna de la salmonicultura moderna, presenta una realidad diferente pero igualmente reveladora. Allí, la industria —con todos los sectores vinculados— genera unos 90 mil empleos, lo que en términos proporcionales resulta muy significativo para un país con apenas un tercio de la población chilena y diez veces menor que la de Argentina. Sin embargo, esta cifra se alcanzó tras más de medio siglo de expansión, con fuerte respaldo estatal en forma de subsidios, barreras arancelarias y un mercado prácticamente sin competencia al inicio. “No es lo mismo empezar en 1968, cuando todo estaba por hacerse, que pretender competir hoy con un mercado saturado y dominado por gigantes como Noruega y Chile”, afirmó Semán.
En Australia, las promesas de generación de empleo resultaron aún más lejanas de la realidad. Tasmania, región insular que ocupa un lugar geográfico y estratégico similar al de Tierra del Fuego en Argentina, vio cómo la industria salmonera prometía decenas de miles de puestos de trabajo. Sin embargo, el último informe de
Desarrollo tecnológico: menos manos, más máquinas
Un segundo eje desarrollado por Semán fue el impacto del avance tecnológico en la reducción de la demanda laboral. Recordó testimonios de trabajadores de Chiloé, donde en los años ochenta las mujeres alimentaban manualmente a los salmones desde plataformas flotantes, una tarea hoy reemplazada por sistemas automatizados que pueden operarse desde cientos de kilómetros de distancia, incluso desde otros países. “El desarrollo tecnológico de la salmonicultura es uno de los más dinámicos de la industria alimentaria global y tiene como eje central reemplazar mano de obra por eficiencia mecánica y digital”, explicó.
Este fenómeno no se limita a la alimentación de los peces: abarca también la instalación de granjas, la automatización de líneas de procesamiento y la distribución, acentuando la tendencia a concentrar ganancias en grandes grupos económicos con menor impacto positivo en el empleo local.
Un mercado cerrado y disputado
El historiador subrayó además que pretender irrumpir hoy en un mercado de salmones intensamente dominado por Noruega y Chile —productores de cerca del 85% del salmón de granja mundial— es un objetivo poco realista. “Los espacios de mercado que Argentina podría disputar son mínimos y están ya ocupados por actores poderosos como Australia, Irlanda o Escocia. Instalar una ‘marca país’ en este contexto no es una operación mágica”, recalcó.
¿Qué tan confiables son las proyecciones de crecimiento?
La intervención de Semán incluyó un llamado de atención sobre las proyecciones optimistas de la acuicultura, sector que se presenta como el de mayor crecimiento dentro de la industria alimentaria global. Si bien se calcula que hoy genera un valor de 300 mil millones de dólares y ocupa a 20 millones de trabajadores, con un crecimiento sostenido de la producción desde 17 millones de toneladas en 1990 hasta 136 millones en 2023, Semán advirtió que estas cifras dejan fuera variables emergentes. Puso como ejemplo la irrupción de la inteligencia artificial en la industria del software, que absorbió tareas que hace apenas una década eran consideradas estratégicas y generadoras de millones de empleos.
En esa línea, recordó que la salmonicultura también enfrenta cambios disruptivos: desde la producción en granjas en tierra, cada vez más viable, hasta la experimentación con salmón cultivado en laboratorios, como el proyecto Wildtype, financiado por la multinacional Cargill y promovido por Leonardo DiCaprio. “El futuro de la salmonicultura no necesariamente pasa por fiordos ni por aguas cristalinas. Hoy se producen salmones en galpones climatizados en Dubai y su sabor es indistinguible del de un salmón noruego”, ilustró.
Mirar hacia adelante, no hacia atrás
Semán cerró su intervención instando a Tierra del Fuego a evitar recetas foráneas que respondieron a contextos históricos irrepetibles. “Repetir un modelo que dio resultados hace 50 años en un mundo sin competencia, con subsidios masivos y sin conciencia ambiental global no tiene sentido en 2025. Hay que pensar qué alternativas productivas pueden desempeñar para la provincia un papel transformador como el que la salmonicultura jugó para Chile, pero en el mundo de hoy”, concluyó.
Así, su reflexión dejó en claro que el debate sobre la salmonicultura trasciende la dimensión ambiental: es, sobre todo, un debate sobre qué futuro de empleo y desarrollo queremos construir, sobre qué promesas son realistas y cuáles, meros espejismos.