

CHILE.- La imagen paradisíaca del sur de Chile, con sus fiordos y biodiversidad marina, esconde una cruda realidad para los trabajadores de la industria salmonera, especialmente para los buzos. Daniel Casado, un documentalista y fotógrafo ambiental que ha dedicado más de 15 años a investigar los efectos de esta actividad, revela una crisis humanitaria que se suma a la ya conocida devastación ecológica.
"Siempre el foco del impacto salmonero se pone en el tema ambiental, pero me quise preguntar después de todos estos años: ¿qué pasa con las personas?", explica Casado, quien está realizando un fotorreportaje y una investigación profunda sobre los buzos que operan en las grandes granjas marinas. Su testimonio es contundente. "Es una industria que promete desarrollo, pero lo que deja es pobreza, ecosistemas destruidos y modos de vida tradicionales arrasados".
Las condiciones laborales de los buzos son, según Casado, "muy malas". Tienen turnos extremadamente largos y viven aislados en los centros de engorda. Pero el problema más grave y menos visible es la osteonecrosis disbárica, una enfermedad degenerativa de los huesos que afecta a cientos de ellos. Esta patología es causada por malas prácticas de buceo, donde se exige a los trabajadores operar a mayores profundidades y por más tiempo del permitido, sin que exista una autoridad que controle eficazmente estas exigencias.
"Al pasar los 20 metros tienes que empezar a ver las tablas de descompresión, quedarte por cierta cantidad de tiempo a una profundidad indicada, para que tu cuerpo pueda descomprimir", detalla Casado. Sin embargo, muchos buzos artesanales, habilitados para bajar hasta 20 metros, son reportados buceando a 30 o más, por periodos prolongados. La osteonecrosis disbárica ataca principalmente la cadera y los hombros, y una vez detectada, la única solución es el reemplazo de la articulación, un acceso muy limitado en Chile.
La situación se agrava por el sistema de subcontratación. Las salmoneras, explica Casado, "subcontratan empresas que prestan servicios de buceo. Vale decir, no son responsables del horario de esos trabajadores, pero sí les piden que terminen un trabajo en un tiempo determinado". Esto empuja a los buzos a exponerse a riesgos extremos, con "pensiones miserables" y sin acceso a exámenes que detecten la enfermedad a tiempo, mientras "las industrias se lavan las manos".
Además de las enfermedades, Chile ostenta un triste récord mundial de muertes de buzos en esta industria. Según una publicación reciente de El Ciudadano, con las últimas dos muertes en dos meses, la cifra de fallecidos alcanza los 83 en los últimos 12 años. "Esto se produce porque las condiciones de proceso no están supervisadas, se quedan por más tiempo abajo, muchas más horas de lo que es adecuado y a profundidades que ellos no están capacitados", subraya Casado.
Frente a este desolador panorama, Daniel Casado celebra la decisión de Argentina de prohibir la salmonicultura en el mar, lagos, lagunas y ríos. "Fue una de mis mayores alegrías como activista. Fue un verdadero orgullo ver que los argentinos lograron frenar esta industria que en Chile ha sido devastadora", expresó. No obstante, el documentalista alerta sobre los nuevos intentos de modificar la Ley 1355 en Argentina: "Realmente espero que puedan detener esta industria porque una vez que entra no hay vuelta atrás. Se acabó: entran, destruyen, se expanden y van a otro lugar".
Casado, quien ha documentado el impacto de la salmonicultura por más de 15 años, convirtió sus registros de contaminación y la crisis de 2016 en Chiloé (cuando una empresa vertió 9 mil toneladas de pescado en descomposición) en el documental "Estado Salmonero", el libro "Infamia" y una exposición fotográfica que recorrió Chile y Estados Unidos. Su trabajo es un testimonio crudo de cómo "un paraíso marino puede volverse un territorio dañado" y de la urgente necesidad de proteger tanto los ecosistemas como las vidas de quienes trabajan en ellos.