

La expectativa era grande. Tierra del Fuego atraviesa un escenario complejo: recesión económica, incertidumbre productiva, dudas sobre la continuidad del régimen industrial y un clima social que demanda respuestas urgentes. En ese contexto, la presencia del Presidente alimentaba, al menos, la esperanza de un anuncio, una señal, una idea de salida. Nada de eso ocurrió.
Lo que sí se vio fue un centro de la ciudad capital sitiada por gendarmes y efectivos de la Policía Federal, manifestaciones sindicales y vecinales que expresaron su rechazo, y una catarata de publicaciones en redes sociales que intentaron suplir la falta de sustancia con imágenes y consignas.
Milei no habló de la industria, no mencionó la cuestión Malvinas, no se refirió al Fondo para la Ampliación de la Matriz Productiva (FAMP) ni a ninguna política de desarrollo para la provincia. Se llevó algunas fotos con operarios y un celular de obsequio por parte del CEO de Newsan, gesto que apenas disimula la ausencia de gestos oficiales hacia la sociedad.
En la calle quedaron los insultos, los forcejeos, la violencia y un clima de frustración general. Para los fueguinos, el saldo es contundente: no hubo anuncios, no hubo encuentros relevantes, no hubo futuro esbozado.
La visita presidencial, que pudo haber sido un punto de partida para abrir un diálogo real con una provincia que necesita certezas, terminó reducida a un acto fugaz de campaña y a un despliegue de seguridad que hizo olvidar que se trataba de un presidente en tierra argentina.
Después del paso de Milei, los fueguinos se quedaron con lo mismo que tenían antes de su llegada: nada. Y con la sensación amarga de que la oportunidad de ser escuchados volvió a perderse entre gritos, fotos y silencio político.