Los estudiantes fueguinos solo tuvieron alrededor de 60 días efectivos de clases, cuando el calendario escolar establece un mínimo obligatorio de 180 días por año.
Esto significa que dos tercios del ciclo escolar se perdieron, entre paros, falta de calefacción, demoras en la solucion de problemas de infraestructura, plagas y conflictos gremiales que parecen no tener fin.
La situación no es nueva, pero este año alcanzó niveles alarmantes. Desde la pandemia, el número de jornadas efectivas de clases viene en caída libre, año tras año.
Docentes y familias coinciden en que la escuela fueguina ya no garantiza continuidad, ni previsibilidad, ni calidad. Los alumnos se acostumbraron a un calendario fragmentado, sin rutina ni aprendizaje sostenido.
Cada día sin clases es una oportunidad perdida. Según especialistas, cada semana de interrupción significa una caída del 3% en el rendimiento académico anual promedio, especialmente en áreas básicas como lectura, escritura y matemáticas.
El resultado: chicos que avanzan de grado sin haber aprendido lo necesario, docentes desbordados y familias que ya no saben cómo sostener el proceso educativo.
La escuela no solo enseña contenidos. Es el espacio donde los niños socializan, desarrollan empatía y construyen su identidad.
En Tierra del Fuego, la pérdida de clases implica también la pérdida de vínculos, de rutinas, de alimentación (en el caso de quienes asisten al comedor escolar) y de contención emocional.
“Estamos criando una generación que no conoce la continuidad escolar”, lamentó una docente del nivel primario. “Hay chicos que no saben lo que es tener un año completo de clases desde 2020”.
Los especialistas llaman a este fenómeno “abandono en cuotas”: primero llega la desconexión, después el bajo rendimiento y finalmente la deserción.
Tierra del Fuego muestra hoy signos claros de ese proceso. Según datos del propio sistema educativo provincial, la repitencia y la deserción aumentaron más del 40% en los últimos cinco años, y los resultados de las pruebas nacionales Aprender ubican a la provincia entre las de peor desempeño en lengua y matemática.
El impacto de este colapso educativo va mucho más allá del aula.
Cada niño o joven que pierde clases pierde también oportunidades laborales y de desarrollo futuro. El país que no garantiza educación hoy, genera pobreza y desigualdad mañana.
En una provincia que se precia de su crecimiento industrial y tecnológico, la base —la educación pública— se está desmoronando.
Lo que está en juego no es solo un ciclo lectivo: es el futuro de una generación entera de fueguinos.