sábado 06 de diciembre de 2025 - Edición Nº2558

Generales | 6 dic 2025

CRÓNICAS DESDE ADENTRO

Día Gris

10:04 |El siguiente es el relato de una persona que se encuentra privada de su libertad y cuenta su percepción del entorno. “Perdimos la capacidad de sentir cuando perdimos nuestra autonomía. Es una utopía decir que es un lindo día si estamos encerrados. ¿Quién puede definir lo lindo si estamos en una jaula?”, se pregunta en un tramo del texto.


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Por: Darío López

Hoy me levanté gris. Suena extraño, ¿verdad? Tal vez no lo entiendan, se preguntarán: ¿cómo es posible levantarse gris? Es como estar en medio de todo, ni bien ni mal.

Tomé mi equipo de mate y me preparé para desayumorzar, esa extraña mezcla de desayuno y almuerzo que suele suceder cuando te despiertas al mediodía. Pero si hay algo que caracteriza estar encerrado, es que el tiempo deja de tener sentido. Las horas, los días, los minutos, se convierten en simples espectadores de una mala película.

Con el mate en la mano, miré por la ventana y vi un sol radiante, acompañado por el trinar de los pájaros. Juntos, componían una canción primaveral, tantas veces escuchada, pero pocas veces realmente apreciada. Hoy, de alguna manera, la pasé por alto.

Me dirigí a la pava eléctrica para calentar el agua, cerca de una pequeña ventana. Aunque, en realidad, no sé si llamarlo ventana. Hay una fila de barrotes gruesos, luego dos pequeños paneles de vidrio, uno fijo y el otro móvil, y detrás de ambos, una malla metálica con agujeros romboides que permiten ver el exterior. No puede entrar ni salir nada. Eso no es una ventana.

A lo lejos, se veían los muros perimetrales, desmoronados y que separan dos mundos. En uno, se supone que está la gente perfecta, sin errores, dueña de la verdad absoluta. En el otro, los síntomas de una sociedad enferma, donde comienza la mentira, lo irreal.

Fue en ese momento que me di cuenta de que el medidor de viento, o como yo lo llamo, el árbol, estaba inmóvil. Eso quería decir que no había brisa, algo raro en la capital del viento, como se conoce a Río Grande, donde las ráfagas alcanzan los 100 km/h y la gente sigue caminando, indiferente. Era un día hermoso según mis compañeros, pero entonces me asaltó una duda que se instaló en mi cabeza como una gotera, algo que no duele, pero molesta, y me hace recordar que hay cosas aquí dentro que son imposibles de alcanzar. ¿Cómo podían ellos saber si era un buen día o no? ¿Cómo distinguir si hace frío o calor si no estamos afuera? Perdimos la capacidad de sentir cuando perdimos nuestra autonomía. Es una utopía decir que es un lindo día si estamos encerrados. ¿Quién puede definir lo lindo si estamos en una jaula?

Podría llenar páginas con lo que no comparto con mis compañeros, porque la libertad es eso: sentir las cosas en el cuerpo. El sol que quema, el viento que cambia el color de la piel, el frío que cala en los huesos y te obliga a dejar las salidas para otra ocasión.

Me empecé a replantear lo que creía conocer, como el sonido de las olas golpeando la costa. Ya no es lo mismo que cuando estaba en libertad. Ya no es un sonido que me traiga tranquilidad. Antes me relajaba y me parecía hermoso. Pero ahora me doy cuenta de que el momento maravilloso que la naturaleza nos brinda no venía del sonido en sí, sino de con quién lo compartía. El ruido de la lluvia al golpear el techo del pabellón donde vivo no es el mismo que cuando lo escuchaba en mi hogar, donde el eco llenaba el silencio. Aquí, el ruido es casi imperceptible, y el eco parece estar preso también, nunca se hace presente.

La vida sigue pasando frente a mí, pero a través de las percepciones de otros. La brisa en mi rostro, el calor en mi cuerpo, el frío que entumece mis dedos. Es como ver la vida con otros ojos, aprender el significado de las cosas a medida que suceden.

Solo espero estar listo el día que el vagón de la libertad toque a mi puerta. Ruego no haber olvidado lo que es sentirse realmente libre.

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