Cada crisis deja marcas visibles: locales abandonados, vidrieras tapiadas y carteles oxidados. En los últimos 50 años muchos comercios no resistieron. Sin embargo, este almacén histórico atravesó la dictadura, el conflicto del Beagle, la Guerra de Malvinas, la crisis del 2001 y la pandemia. En un contexto actual de dificultades económicas, Maricarlo continúa su legado.
Casa Maricarlo está ubicada en la esquina de 9 de Julio y Perito Moreno, en un edificio de dos pisos. Pintado de rosa pálido y vidriado, no llama la atención para alguien que viene de otro lugar. Sin embargo, para la mayoría de los riograndenses es un lugar conocido.
Adentro el tiempo transcurre distinto. El sonido de la radio, las plantas y los objetos con valor histórico ocupan casi todo: algunos mates exhibidos en la vidriera y estanterías con licores recuerdan que todavía es un comercio.
En una de sus paredes se ubican los reconocimientos recibidos en 2015, durante el 94° aniversario de Río Grande, otorgado por el entonces intendente Gustavo Melella y en el centenario de la ciudad, entregado por el intendente Martín Pérez junto a la Cámara de Comercio.
Carlos Mendiluce, uno de los hermanos herederos del negocio, observa atento: al cruzar la puerta el saludo es instantáneo.
Cosas de familia
Casa Maricarlo ya no se puede explicar desde lógicas comerciales. En sus palabras: “Cuando murieron mis padres no quise seguir con lo que era antes. Cambió todo, la modalidad de compra, la tecnología. Es otra historia, creció Río Grande, no los conozco, yo tengo otra identidad, yo me crie de una forma, la gente que viene ahora tiene otra forma de pensar y no coincido. Para mí el dinero es efímero, creo que uno está de paso y no se lleva nada”.
La historia se entiende mejor mirando hacia atrás. Carlos recuerda que su padre, Humberto Mendiluce, llegó desde Puerto Natales como casi todos: buscando un futuro mejor. Así, antes de emprender, trabajó en Estancia Sara y luego en La Anónima.
Quien sería su mujer, Carmen Amalia Cárcamo, oriunda de Chiloé, trabajó en Ushuaia y luego se instaló en Río Grande. Juntos formarían una parte importante de la vida comercial de la ciudad.
Según el hijo, el primer paso de los Mendiluce fue abrir un bar en una casona que todavía se puede ver sobre la avenida 9 de Julio, a pocos metros de lo que hoy es Casa Maricarlo. Allí funcionó un lugar de encuentros cotidianos, comida y bebida. Además, se organizaban bailes con orquesta y se celebraba el tradicional Dieciocho Chico.
Las necesidades de Río Grande, sobre todo después de la promoción industrial, marcaron nuevos rumbos: el bar se transformó en almacén San Lorenzo. “Mi papá era hincha de San Lorenzo, como el padre Forgacs, por eso le puso así” recuerda Carlos.
9 de Julio y Perito Moreno
El edificio de 9 de Julio y Perito Moreno existía desde 1963, era propiedad de Ángel San Juan y en él funcionaba Casa Mariana. Mendiluce hijo rememora: “siendo él amigo de mi papá, le propone vendérselo. Mi papá se va de juerga a Punta Arenas, apuesta en el Club Hípico, en el Clásico José Méndez Behety y gana. A partir de mayo del 74 hace la transacción y ya empieza a ser nuestro”.
Entonces, los Mendiluce dieron un nuevo paso: abrieron las puertas de Casa Maricarlo librería. Desde esa esquina vivieron momentos históricos: el Gran Premio de la Hermandad desde sus inicios, la dictadura militar, el conflicto del Canal de Beagle, la Guerra de Malvinas, y un punto de quiebre personal, el fallecimiento de Humberto.
En ese marco, el negocio tomó un nuevo camino: se convirtió en almacén de ramos generales. Para ese entonces, el conocimiento popular indicaba que, si no encontraban un producto específico en otro lado, Maricarlo lo tenía. Desde frutillas de Coronda para los repositores de La Anónima, wiskis o cigarros importados para altos mandos militares y grandes terratenientes hasta el preciado aceite Cocinero en lata de 5 litros, muy pedido por los chilenos.
En aquel tiempo atendían con horario corrido, hasta los domingos. Tener de todo no era lo único que los diferenciaba: la disponibilidad incluso durante las fiestas los hacía indispensables.
Con el correr de los años, tras el fallecimiento de los fundadores, los artículos de almacén fueron desapareciendo para dar lugar a objetos llenos de historia: en la actualidad las estanterías exhiben radios, televisores antiguos, botellas vacías. Entre ellos se sostienen fotografías deportivas y familiares, grupales e individuales; billetes fuera de circulación y calendarios de otro tiempo. Jarrones y damajuanas conviven entre plantas variadas.
Un día más
Ahora, en el centro del local con forma de L, una balanza descansa sobre una heladera mostrador vacía. Lo que se puede comprar está etiquetado: los precios llevan años sin enterarse de la inflación. En esa esquina las técnicas de venta no se estudian en inglés ni salen de libros modernos: siguen basándose en el conocimiento del cliente, la charla y la confianza.
A diario, Carlos Mendiluce dice que sigue teniendo en mente la tenacidad de su madre frente a las adversidades y la inteligencia de su padre: “Tenía esa virtud de charlar con todo el mundo, sea rico, pobre, siempre los trataba por igual”.
Además, acerca de sostener la tradición familiar, explica: “Para mí es una cuestión de identidad, yo mamé mostrador, es esto. Me gusta ver a la gente pasar, me gusta dialogar. Tengo enfrente la legislatura, acá tengo el IPRA, veo pasar a las autoridades, gente importante. Eso. Eso es lo que me mantiene vivo, ¿no?” Y agrega que, cada mañana, cuando abre el negocio, le agradece a Dios un día más de vida.
Sin embargo, Maricarlo no es solo su historia familiar. Con el tiempo se ha convertido en un espacio que guarda los recuerdos y vivencias colectivas de un pueblo que recibió e integró nuevos habitantes, comercios y saberes, creciendo hasta volverse ciudad.
* Estudiante de 3° año de la Tecnicatura Superior en Comunicación Social del CENT 35, en el marco de la materia Prácticas Profesionalizantes II.